Agosto... un mes muy poco valorado, la gran mayoría dice que es el peor mes para pajarear. Pero no estoy nada de acuerdo.
Así es como mi amigo
Ismael y yo empezamos (bueno, la idea fue suya en realidad) a pensar que quizás los humedales manchegos pudieran tener especial interés en época de paso migratorio... por lo que, viendo cómo las temperaturas bajaron un poco, decidimos una salida medio improvisada a Daimiel el día 27.
Llegamos y había muy poca gente, primer punto a favor de ir en agosto y evitando el fin de semana, y además con un aspecto espléndido con el color del agua reflejando los cielos azules y el intenso verdor de la vegetación ribereña.
No teníamos muy claro si sería un acierto o una idea más bien peregrina, pero el caso es que este lugar siempre nos deja altamente satisfechos y nos solemos llevar a casa novedades y sorpresas inesperadas. Cosa que me encanta, salir a ver qué encuentras es uno de mis alicientes preferidos.
Nada más llegar, disfrutamos de unos martinetes (Nycticorax nycticorax), especie que anteriormente sólo vimos una vez y de lejos. Pues ahora tuvimos varios ejemplares, entre ellos un juvenil bastante confiado.
Estos pollos moteados no fueron los únicos, también vimos ejemplares juveniles de otras especies acompañando a sus adultos. Como los somormujos (Podiceps cristatus), fumareles cariblancos (Chlidonias hybridus), flamencos (Phoenicopterus roseus), cigüeñuelas (Himantopus himantopus) y moritos (Plegadis falcinellus).
Siempre hay sorpresas como decía, por ejemplo el pollo de morito, pero sin dejar de disfrutar las especies habituales que precisamente son emblemáticas de estos humedales. Las malvasías (Oxyura leucocephala) se dejaron ver en buenas cantidades (algo muy de agradecer, si recordamos su drástico pasado), y los patos colorados (Netta rufina) se llegaron a permitir muy poca distancia y sin estar en la laguna de aclimatación.
También apareció un porrón pardo entre las numerosísimas fochas, pero se apartó discretamente a los carrizos. Y hablando de carrizos, su banda sonora es sin ninguna duda el carricero común (Acrocephalus scirpaceus) con sus monótonos reclamos.
Hay especies que se están haciendo habituales, y sin que me guste un pelo... hablo de especies invasoras, como es el caso de los peces gato negros (Ameiurus melas), un animal americano que campa a sus anchas devorando todo lo que encuentra, sin que nadie haga nada por evitarlo. Es el conflicto de intereses de siempre, si una especie ataca directamente los intereses financieros de alguien se convierte en una plaga horrenda que hay que exterminar a toda costa, pero no se hace nada con especies realmente dañinas que a ellos no les importa nada.
Un martinete por lo menos sí colaboró a la causa capturando un pez gato, con una técnica de pesca que nunca vi (se dejó caer como un plomo desde una rama, literalmente), y también una lejana garceta grande (Egretta alba) arponeó uno de estos bichos.
Retomando el hilo de la intención principal de esta salida pajarera, conseguimos buenas observaciones de aves en paso migratorio que recalan aquí a reponer fuerzas.
Por ejemplo, nunca antes en mi vida había visto tantas garzas imperiales (Ardea purpurea) en un solo día, si antes veía tres ya era una suerte. No exagero al decir que cada dos por tres salía alguna volando de los carrizales.
Las pequeñas avecillas más abundantes eran los mosquiteros musicales (Phylloscopus trochilus), que copaban los tarayes. No así como el distinguido papamoscas gris (Muscicapa striata), otro pajarillo en paso que no apareció tan abundantemente.
Entre estos migradores vimos algunas curiosidades. Como el joven aguilucho cenizo (
Circus pygargus), que a mí al menos me llama la atención verlo sobrevolar unas lagunas, o los ánsares comunes (
Anser anser) y las avefrías (
Vanellus vanellus) como aviso de la próxima llegada de aves invernantes del lejano norte.
Una de las cosas que nos apetecía ver eran las limícolas, grupo de aves a las que ambos no estamos habituados. Aparte de los andarríos chicos y grandes y los chorlitejos chicos, vimos este archibebe claro (Tringa nebularia) y un andarríos bastardo (Tringa glareola), y una especie que fue novedad total para mí: el combatiente (Philomachus pugnax). Además, los combatientes eran una pareja, de modo que pude comprobar la gran diferencia de tamaño entre el macho y su pequeña hembra.
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Combatiente macho |
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Combatiente hembra |
Para el final me estoy reservando lo mejor, porque tuvimos muchísimos ejemplares de garcilla cangrejera (
Ardeola ralloides), ¡pero realmente muchos! Hizo nuestras delicias, siendo una especie que yo antes había visto sólo dos veces y mi amigo ninguna (novedad por todo lo alto que se llevó).
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¿Cuántas garcillas hay? |
En el momento de estas últimas fotos la tarde se nubló y se oían truenos a lo lejos... el día veraniego refrescó bastante y tuvimos un momentazo al observar la garcilla cangrejera de arriba. Veis que de fondo hay una garceta común desenfocada. Pero eso no es todo, mirad una foto con mayor encuadre... abajo hay otra ardeida desenfocada... ¿¿alguien adivina lo que es??
¡¡SÍ!! Premio para quien se haya dado cuenta de que es un juvenil de avetorillo (Ixobrychus minutus), sobre todo porque nosotros tardamos.
No tiene precio esto, un avetorillo al lado de una garcilla cangrejera (bueno, eran dos al principio), y recordad que hablamos de un ave esquiva y que suele ocultarse mucho, ¡y allí estaba al descubierto y a buena distancia! Horas antes vimos un adulto en otra zona, pero sólo cuando voló dos veces fugazmente.
También es de destacar que tuvimos un calamón cerquísima, medio escondido entre los carrizos y sin hacernos mucho caso.
Al final resultó bien el experimento de ir a Daimiel en agosto, con el riesgo de estar pasando calor y no ver nada.
Pero, ojo, que no acaban aquí las garcillas cangrejeras en el blog (de momento). Pronto volverán a salir, pero en otro lugar distinto... ¡ya se verá en su momento!